Séptimo Domingo de Pascua

06.05.2016 12:32

“Y vosotros sois testigos de todo esto”, dice Jesús a sus discípulos en su mensaje de despedida. Testigos de lo que ha sido mi vida por los caminos de Galilea y Judea. Cuántas mujeres y hombres experimentaron un cambio radical en sus vidas porque no sólo oyeron hablar de mí, sino que se acercaron con sus peticiones y supieron lo que era la salud, la libertad, el perdón…

Sois testigos de mis noches sin dormir, de mi ir de pueblo en pueblo sin parar ni descansar, a veces sin tiempo ni para comer; siempre hablando de mil  maneras del inminente reino de Dios para el pueblo de Israel y mucho más allá de nuestras fronteras.

Sois testigos de la cerrazón de los grupos dirigentes: fariseos, saduceos, sacerdotes…y de cómo convencieron a los romanos de que representaba un grave problema para la seguridad del Imperio.

Me visteis padecer y morir, sois testigos de ello y sin embargo no sabéis muy bien cómo explicar que estoy vivo, que la Vida ha vencido a la muerte y daríais la vuestra, y eso es ser testigo, para que mucha gente lo pudiera experimentar como lo hacéis vosotros ahora.

Ser testigos hoy, contando con esa fuerza prometida por Jesús, nos compromete a mantener viva esa relación personal con Él.

Ser testigos significa volver a los orígenes y olvidar las estructuras que nos hacen muy poco evangélicos: como nuestras disputas por el poder, el figurar, el “ser bien visto y considerado por los demás”. Servir de verdad, intentando que cada miembro de la comunidad desarrolle sus talentos al máximo para el bien común. Buscar que nadie pase  necesidad de ningún tipo comprometiendo “nuestros bienes” en beneficio de todos.

Jesús no se ha ido, no está lejos de nosotros. Está en la Palabra y en mi hermano y hermana.

Carmen Notario

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