Los beneficios psicológicos y fisiológicos del diálogo

22.01.2014 20:47

Los beneficios sicológicos y fisiológicos del diálogo

Con ese título podríamos vender bastante en el departamento de

autoayuda de cualquier librería actualizada. En este caso no hará falta

“comprar un libro, otro tal vez, de autoayuda”, sino atender a varios

aspectos de nuestra persona.

Estamos en pleno descubrimiento de la inteligencia en sus diferentes

formas, siendo uno de los descubrimientos más recientes, y posiblemente

uno de los más interesantes, el de la inteligencia espiritual. Sabemos que

uno de los mejores medios para activarla y nutrirla es la escucha.

Escuchar bien, no sólo oír, está en la base de cualquier diálogo. La mayoría

de los problemas de la humanidad se resolverían y se resuelven con un

buen diálogo. Al diálogo apelan los políticos como herramienta para hacer

real la democracia y la pacificación de conflictos. Al diálogo apelan los

sicólogos para resolver diferencias y solucionar conflictos en las relaciones

humanas. Al diálogo nos invita el Dios de Jesús, como medio para

desarrollar y nutrir en nosotras “la capacidad de irnos haciendo hijas e

hijos de Dios”…podríamos seguir: diálogo interreligioso, diálogo

ecuménico, diálogo internacional (entre naciones).

La pregunta que emerge es ¿qué es pues el diálogo? ¿En qué se basa, en

qué se sustenta?

Tiene dos componentes básicos:

-escuchar a la otra persona o realidad

-comunicar lo que yo pienso y siento

Escuchar. ¡Pobre de la persona que escucha! ¡Se va a hartar! Hay tanta

necesidad de desahogo, de cercanía, de ser el centro, que cuando pillamos

a alguien que nos escucha, no calculamos el volumen de verborrea que

podemos volcar en un rato, que además a la persona que habla, se le pasa

volando. No así a la que escucha.

Este no es un buen comienzo para un diálogo. Reconozco que es muy

difícil. Hay personas que por naturaleza son más comunicadoras que otras,

pero eso no justifica que no se callen. Lo mismo la otra parte. Que sea una

persona con facilidad para la escucha no significa que lo haga o pueda

hacer después de un tiempo. La base de un diálogo es equilibrio entre las

dos partes. Capacidad de ver a la otra persona.

Hay personas que creen ser interesantes y por sabias que sean pueden

aburrir si no tienen en cuenta a la otra persona. La información puede ser

interesante pero lo es mucho más “que nos prestemos atención”.

Escuchar es amar porque supone compromiso y esfuerzo para tener en

cuenta a la otra persona.

La pregunta clave es ¿por qué me cuesta escuchar? ¿Por qué tanta

necesidad de que me escuchen, de tener público o atención? La respuesta

es durilla pero puede ayudarnos a salir de un círculo vicioso y enfermizo:

busco/necesito atención y cariño cuando hay una falta de equilibrio

afectivo en nuestra vida. No es posible que no nos demos cuenta de que la

otra persona también tiene una opinión, y una vida, y ganas de

compartir… Lo tuyo es importante, exactamente igual que lo de la otra

persona, ni más ni menos. Hay personas que se creen que lo suyo es muy

importante, y casi inconscientemente ningunean con su palabrería…Por

supuesto que hay personas más habladoras…el secreto está en cuanta

atención le presto a la otra persona. Prestar atención no es mirarla

mientras suelto mi rollo, sino dejar mi rollo para escucharla en

profundidad, más allá del lenguaje verbal.

En el texto del bautismo de Jesús, vemos como es capaz de oír la voz del

Abba en su interior, porque está atento, está en ello. Y esa

experiencia de escucha profunda, le cambia la vida, cambia su

modo de vivir porque escuchando aprendió a orar, a dialogar con

su Abba. Sin más.

¡Cuánta experiencia de humanidad y de fe podemos perdernos

por no acabar de trabajarnos el tema de la comunicación!

La clave del éxito está en conocerme. No basta reconocer que

soy habladora o más bien callada. Se trata de descubrir mis

patrones de comportamiento. Unos necesitamos gente para

desahogarnos, porque ese hablar nos energiza, otros

necesitamos silencio, porque nos devuelve a nuestro centro, y

allí encontramos el equilibrio. Por supuesto que no todo es

blanco o negro. El gris predomina, pero no cambia que en mí

haya maneras de comunicarme que influyen a todos los niveles y

aspectos de mi vida, incluyendo mi vida de fe.

Muchísimas personas se inician en escuchar bien, y lo dejan

porque se cansan, o su necesidad supera la mirada dialogal.

Lo mismo para personas, muchas, que inician un camino de

oración y lo dejan porque no saben esperar, atender, estar a la

escucha. Supone dejar de hablar, dejar de rezar tanto o ir a

tantas misas, y comprender que por encima de todo Dios quiere

una relación de diálogo, de tú a tú contigo. Estés donde estés y

como estés.

Jesús es claro en todo pero en eso es diáfano. Para una persona

creyente la inteligencia espiritual se nutre fundamentalmente de

esa presencia viva de amor que se hace carne en mí, aunque no

me dé cuenta, como un niño se va formando en el seno materno,

aunque la madre duerma, coma, o esté distraída. Lo que la

madre espera con ansia es tener al bebé en brazos para que

pueda haber una comunicación, que al principio obviamente no

es de palabras, pero no por ello no hay comunicación con el

bebé. La mamá le observa, le toca, le cuida, le mira y remira y

vuelve a mirar y tocar, y alimentar y abrazar…más adelante

vendrán los balbuceos, las primeras palabras, y las segundas… y

posiblemente ese niño o niña dejará de hablarte cuando

empieces a sermonearle, a decirle lo que tiene que hacer…sin ser

capaz de partir de él o ella, en su pubertad o adolescencia o

simplemente en un momento de rabieta.

La diferencia entre el monólogo y el diálogo es tan sencilla que

se nos puede escapar muy fácilmente: que en lugar de partir de

mí (monólogo) parta de la otra persona (diálogo).

Es difícil porque supone rebajar la dosis de ego para como dice

Jesús, salir al paso, buscar a la perdida, perdonar, olvidar, volver

a empezar. Es decir, hacer lo que El hace con nosotras y

nosotros. ¡Que guay! Como dicen los jóvenes, que por cierto han

desarrollado un método para no “escucharnos”: estar siempre

conectados a aparatitos que les entretienen y a largo plazo les

van incapacitando para dialogar bien.

Tenemos, como educadoras en todos los ámbitos de la vida, una

gran tarea. Una de las primeras, en mi opinión, es aprender

nosotras y nosotros a silenciar nuestro ego tan lleno de

conocimientos y experiencias para poder abrirnos al Dios que

nos habita y saca del aburrimiento para así, desde ese amor,

poder abrirnos.

¿Abrirnos a quién? A los más jóvenes y pequeños, que no nos

encuentran muy interesantes si no somos capaces de partir de

ellos y educarles en que salgan de ellos mismos.

Sólo así sabrán ir al encuentro de la vida más allá de la

tecnología y los caprichos que les damos porque creemos que es

lo que necesitan, y si les escuchásemos, descubriríamos otra

maravilla que esperan de nosotras: la hermosa y difícil tarea de

ser como comadronas: que les ayudemos a que saquen y

desarrollen lo mejor de ellas mismas.

Por cierto, y perdonad mi rollo, eso es lo que hace Jesús con

nosotras, y la tarea de la comunidad cristiana. Esos grupos de

referencia son como ese círculo de mujeres sabias que desde “la

tienda roja” (¿recordáis el libro?) Cuidan, escuchan, animan a las

compañeras, para que cada una desarrolle, sin excusas propias

del patriarcado, a la hija de Dios que es.

Un abrazo.

Magdalena

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Contacto

Magdalena Bennasar y Carmen Notario

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