La esperanza está en la Tierra II, Gaia Madre Tierra

20.06.2015 20:21

Madre tierra, para acercarnos a tu misterio tenemos que descalzarnos. No podemos seguir pisando fuerte. Como el peregrino, si aligeramos el peso de lo que acumulamos en la mochila de nuestra vida, nuestra pisada será menos aplastante.

La tierra es un regalo que le ha costado al cosmos 16 billones de años de proceso. Todo, para que cuando despierto por la mañana pueda tomar conciencia de que estoy viva ¡milagro impresionante!, de que alguien ha hecho aire para que pueda respirar, y agua, sí agua limpia, potable que doy por supuesta, y más el aire, de momento por lo único que no pagamos, y sin el que no vivimos más que segundos. Y gracias a todo ello hay plantas y árboles y pájaros que me despiertan en primavera, como ahora, que están contentísimos…todo don, regalo, y tú y yo, formando parte integral de esa madeja de vida.

La gente nacemos y morimos y todo sigue. Pagamos grandes sumas para recibir herencias que duran lo que duran hasta que vuelven a pagar por recibirlas…pero nadie se lleva nada. Todo vuelve a Gaia, madre tierra, que nos recibe de nuevo, al final de nuestro proceso y de nuestro paso. La vida se nos transmite y la transmitimos, todo está en una continua ebullición de vida, desde la atmósfera hasta kilómetros adentro en la profundidad  del mar donde se almacena nuestro futuro  oxígeno, hecho roca. ¿Habéis pensado en el milagro de la temperatura? La tierra, el aire, nuestro cuerpo, siempre dentro de un equilibrio, alguien, algo cuida del termostato, si falla…todo, todo al garete. Las grandes capas de hielo de los polos y las hojas de las selvas y bosques reflectan el sol que les llega de nuevo a la atmósfera colaborando así en que el sol caliente lo justo. Si destruimos los glaciares y cortamos más árboles, imagina el caos.

No hace falta recordar que estamos en ello. Estamos abortando  la vida intrínseca al sistema, y ese aborto tiene pocas protestas. Si destruimos la madre tierra, pisada a pisada, destruimos el hogar de todos, el que nuestro Dios nos regala para que lo gocemos y compartamos.

La pisada de Jesús es ligera. Su estilo de vida es lo contrario del de la mayoría de personas cristianas de occidente. Jesús es como un director de orquesta que nos da el tono, a cada uno de los instrumentos del mundo, para que la melodía suene a Dios, a Amor, a Vida. Para ello, afina lo que chirria o desentona: cura a sordos, a ciegos… Quita importancia al bombo y platillo dominante, llamándoles hipócritas, llamándonos falsos cuando lo somos. Jesús afina el oído y descubre, desvela la música de los que hacen poco ruido porque van descalzos y descalzas. Y nos dice que ellos y ellas son los más importantes en su orquesta.

Jesús, salía de noche, y quien duda que mirara las estrellas. En una Palestina Mediterránea de atmósfera nítida, en esas noches claras de primavera, Jesús salía a orar en compañía del mar y de las estrellas y la luna, y el sol del amanecer. Hoy diríamos era un ecologista. Su templo no tenía techo, ni muros separadores…Jesús era un amante de la tierra y del mar ¿quién lo duda?

Como dicen algunos místicos “la tierra, el cosmos también es el cuerpo de Cristo, el Cristo cósmico, como lo es el pobre y cualquier hermana o hermano de la humanidad”. Hemos luchado mucho por temas de justicia social, y de cada vez es más necesario, pero no podemos olvidar que las causas de estos problemas están en la explotación no sólo de las personas sino de la tierra. Es la violación de la tierra con sus ciclos naturales con sus tiempos necesarios de barbecho, junto con el uso de química y pesticidas para que “produzca más”, lo que va desertizando y destruyendo lo artesanal y propio de los diferentes lugares.

Volvamos a la tierra, sin botas aplastadoras. Sueña por un momento en una España, u otro país, que va repoblando los pueblos. La construcción se centra mayormente en habilitar las casas de nuestros abuelos que hoy están en venta, o sólo vamos en verano. Aprovechamos el arreglo para instalar energías renovables. Como varias familias nos animamos compartimos trabajo y  esfuerzos, podemos abrir la panadería, y la escuela, y la peluquería y la charcutería y…otro bar claro, y un centro de salud con más servicios, y la biblioteca, y recuperamos las tierras, criamos a nuestros hijos cerca de la naturaleza y nuestros mayores recuperan su espacio. Ya no tenemos que dejarles en sitios públicos para que les cuiden. De pronto todo el puzle se recoloca, y todo encaja.  Salimos de los pisos agobiantes en barrios tristes con enorme descontento por el desempleo y, como podemos, mientras las cosas arrancan, utilizamos nuestras manos y cabeza para repensar  y recrear un estilo de vida que al final es el normal, el más sano y el más justo.

Poco a poco, lo que hacemos en vacaciones, cuando vamos a los pueblos, puede ser, de una manera organizada y razonable un estilo de vida. Con las comodidades de hoy, podemos descubrir modos de vivir más en consonancia con la tierra. Con el sol de España, si sabemos utilizarlo, no sólo para el turismo de playa, sino para proveer de energía nuestros pueblos. Para aprovechar mejor la tierra y consumir lo que ella nos regala, en nuestra huerta, comer fruta madurada en el árbol, no en el súper donde cada pieza de fruta o verdura viene de cientos o miles de kilómetros en muchos casos.

A la vez que recuperar espacios, porque ahora, hay mucha tierra abandonada y lo normal es que ella nos abandone…podemos recuperar arte y cultura.  Ya sé que hay grupos que están trabajando estos temas, la pena es que son una excepción.

Cuando recuperamos la tierra, con todo lo que esta palabra significa: el cosmos, el pedazo de tierra en el que vivimos, nuestras raíces, nuestros cuerpos, también recuperamos nuestras almas. Nuestra espiritualidad no es algo abstracto, está encarnada en un estilo de vida, en una tradición de contacto con la naturaleza, respeto a las personas, escucha atenta  a los ciclos que llamamos litúrgicos y que son un reflejo de los ciclos de nuestra vida: nuestras esperas, y tiempos de dar a luz vida y proyectos, y tiempos de lucha y desconcierto, y tiempos de muerte y de vida y celebración.

Por ello, en estos días anteriores a la celebración más importante del misterio cristiano os invito a una reflexión con una imagen, la bíblica, la de Juan que nos coloca en el suelo, en la tierra, nos invita a descalzarnos, a quitarnos lo que nos hace sentir seguros, y a dejarnos lavar los pies por el Maestro, el ecólogo, amante y protector de la tierra que sacraliza con su pisada ligera. Jesús me lava de mi pisada explotadora, aplastante. Sólo se me ocurre una plegaria:

                Lávame  los pies, sacúdeme la tierra que llevo pegada y que no es mía.

                Sacúdeme por dentro para que salte de mi mochila el consumismo y conformismo que

                hacen que me pese tanto y que mi pisada aplaste.

Déjame entender que sólo descalza comprendo con el corazón y amo con la cabeza.

Que tu pisada ligera, que tanto le agrada a Jesús, nos una a los miles de personas que nos vamos hermanando por un amor genuino a la tierra y al Dios que nos la regala para que la cuidemos pisándola como de si un bebé  se tratara.

¡Dejémonos lavar los pies!

 

Magdalena Bennàsar

 

 

 

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