DESPUÉS DEL SÁBADO

09.04.2015 17:32

Quisiera empezar esta reflexión primero agradeciéndoos a las y los que nos leéis la paciencia y el cariño que la mayoría, bueno algunas, mostráis.

No podemos calcular el bien que nos hace una palabra, un gesto de agradecimiento a todas y todos. Por eso os lo queremos comunicar, que vuestros correos, llamadas…siguen dando sentido al querer seguir compartiendo.

También quiero agradecer a las autoras y autores que nos inspiran. Son tantos a los que damos por supuesto, de los que compramos sus libros o pirateamos textos con fotocopias… obviando su trabajo y su vaciamiento para que podamos encontrar alimento y sentido. Esas personas hacen posible nuestro seguimiento, mucho más que el entramado de la institución con sus cristologías y eclesiologías tantas veces obsoletas.

Hoy deseo compartir un poco la experiencia de Resurrección pero partiendo del significado del Sábado Santo.

El Sábado sigue a un Viernes que representa cómo el poder, la envidia y la ambición matan a Dios, matan el amor. Nadie, nadie puede dejar de identificarse con alguna de las causas que facilitan la ejecución del Justo.

Todas hemos sido víctimas de traición de algún familiar o amigo, compañero de trabajo, pero posiblemente también hemos dejado a alguien en la cuneta con nuestros comentarios, envidias, celos…qué fácil es hablar y qué difícil ser fieles a nuestros compromisos de respeto, fidelidad, solidaridad…Todo eso forma una bola de nieve tan grande que cuando golpea a alguien que no se quita de en medio porque da la cara y asume y enfrenta, le aniquila.

Un mundo, una sociedad, una persona aferrada al dinero, al poder y a la comodidad tiene el cóctel perfecto para ir aniquilando a los y las que no quieren o no pueden funcionar así. El más fuerte aniquila a la persona más expuesta, menos “cubierta” por las instituciones.

El Viernes nos deja ese vacío, ese hueco por dentro, porque no hay respuestas, no hay más que preguntas y dolor y silencio de muerte ¿por qué? Ahí cada una y cada uno revive sus ¿por qués? Yo también tengo el mío o los míos. Es bueno mirarlos de frente.

Para ello tenemos el Sábado. El Sábado representa ese vacío inmenso, ese Silencio existencial que nos hace preguntarnos, ¿cómo es posible que la persona pueda matar a Dios? ¿Cómo es posible que yo, con mi mediocridad sea culpable, sea parte de nieve de esa bola que al final lincha al que está en medio, porque ese alguien no quiere esconderse, o dejar de ser fiel porque sabe que es la voz y el rostro de los que no pueden ni defenderse porque saltan la valla, o no han podido aprender a leer, o no saben que tienen derechos, o simplemente son mujeres silenciadas por instituciones que las pone siempre a cierta distancia de las grandes decisiones y que si intentan acercarse demasiado, también son linchadas…

El Sábado nos invita a escuchar el Silencio, para que vayamos comprendiendo que ese gran y doloroso vacío posibilita nuestra pascua, nuestro paso de una experiencia de Dios caducada o embalsamada para que no se mueva o cambie, a una experiencia vital.

También nosotras como los discípulos y discípulas tenemos que morir a una acomodada y tal vez exigente imagen de Dios y de Jesús para abrirnos al misterio, a otra dimensión y comprensión del Amor.

Necesitamos el Sábado para entrar en la noche que nos permitirá pasar de nuestros ídolos  al Icono. El Sábado nos permite interrumpir-silenciar la vieja imagen del dios infantil, inmaduro, a mi medida…como el perrito fiel que la gente pasea y mima pero que al final tiene que obedecerte y escucharte y “decir poco” porque no nos gusta que nos digan. Pero no, ese no es El.

Él es el que cuando vamos a buscarle donde no está, aunque estuvo, deja a alguien que nos diga dónde encontrarle. Normalmente los ángeles en el N. Testamento nos indican donde está. Tenemos una tendencia tremenda a volver a nuestras imágenes pasadas, por eso necesitamos la pascua todos los años, para ir haciendo camino.

De ello nos habla M.Magdalena, que es una experta en tener que soltar a Jesús, sus experiencias de Él, para poderle comprender y seguir.

Ella busca en Juan 20,11-18, al Jesús con quien anduvo hasta ayer. Pero hoy ese Jesús ha sido ejecutado por la institución religiosa del momento, lo cual no acaban de asimilar, y yace en el sepulcro.

Ella, no se detiene, en mitad de la noche, de su noche, se pone en camino y acompañada de los primeros rayos de luz, llega al cementerio. Ella no tiene miedo, tiene amor y mucho dolor, que la empujan, no la paralizan.

Llega y desea abrazar aquel cuerpo y embalsamarlo, desde su cultura y religión ofrecerle una sepultura digna. Es su duelo. Lo necesita. Se sentirá mejor después de hacerlo. Y vivirá de recuerdos.

Pero no, en el jardín de la nueva creación, que no cementerio ya, se da una experiencia entre dos luces: por un lado la sombra de la noche, de tu noche: decepciones, traiciones, mediocridades, quemaduras de alto grado … y por otra un corazón intrépido, un alma buscadora, un amor con herida abierta.

Mientras mira al sepulcro, tu vieja experiencia de un dios a tu medida, no encuentra al Resucitado. Tiene que darse la vuelta, luego lo ve, vivo, pero dominada por la sombra de muerte no le reconoce.

Aquí Él la llama por su nombre, como en su vocación primera, como en tu llamada personal que te hizo ponerte en camino tras Él, y ella se vuelve del todo, es decir sin mirar al sepulcro, al pasado…y su voz la hace reaccionar. Acostumbrada a su voz, hoy, es esa voz lo que la permite descubrir donde está Jesús y cómo se me acerca hoy.

Jesús le dice “Mujer” como le había dicho a María de Nazaret a los pies de la Cruz. “Mujer” la esposa de la nueva alianza que busca al esposo del alma.

De nuevo mujeres, como en Adviento-Belén. En este nuevo nacimiento a la Vida de Dios, de nuevo ellas. Me impresiona que tenga tan poco impacto en la historia lo que lo tuvo tan grande en la experiencia que contemplamos todos y todas en el N. Testamento.

La voz le dice que les anuncie a los hermanos que está vivo. La voz que escuchamos todos los días en nuestro silencio y en nuestras noches. La voz que no nos indica la tumba sino Galilea. La voz que oye quien quiere porque no se calla. Sólo nuestra fe hace posible la experiencia de Vida.

Gracias al Sábado tenemos el Domingo. Una Voz que sigue hablándonos personalmente y en comunidad. Una voz que al llamarnos por nuestro nombre y al llamarnos amigas y esposas hace que movamos cielo y tierra para que los niños, y los jóvenes y los adultos le conozcan.

Eso sí, sin sábado no hay domingo. Sin atravesar nuestros miedos y dudas, sin enfrentar nuestros ídolos muertos que nos pesan, no podremos entrar en ese espacio donde se hace silencio de nuestros ruidos y se empieza, como al alba a oír su voz. Si la oímos o no depende de nosotros no de Él.

Somos invitadas a bajar “nuestro volumen” para poderle escuchar.

Magdalena Bennásar   

 

 

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