Cuarto Domingo de Pascua

13.04.2016 11:14

Hoy he despertado con diferentes pensamientos y sentimientos entremezclados:  una cita médica donde recibiré resultados de pruebas; emociones que emergen de una discusión inesperada con un familiar muy querido; presión por un trabajo pastoral en la universidad que es difícil lo mires por donde lo mires…y así de “enredada por dentro” me he puesto delante del evangelio de hoy.

Tal vez tu vida es menos complicada o tal vez más. No importa para acercarnos al evangelio y dejar que el Señor Resucitado con su voz  nos susurre palabras de Vida y aliento para acoger la realidad, sin fugas hacia zonas de confort, ni miedos paralizantes que nos esclerotizan por dentro.
 

Te invito a que, con mucho cariño, tú y yo, ahora nos acerquemos al evangelio de hoy, leyéndolo con un corazón necesitado, orante, incluso perturbado si así nos encontramos, y tratando de hacer silencio por fuera y por dentro, dejemos que como la lluvia suave, su Palabra vaya entrando y empapando nuestra sequedad y necesidad.
 

“Mis discípulos y discípulas escuchan mi voz, y yo les conozco…”
El Señor Resucitado  da por supuesto que le escuchamos, no dice que leemos el evangelio sino que “escuchamos su voz”. Es una de las experiencias más maravillosas que puede tener el ser humano: escuchar en su corazón la voz de Dios, oírla y acogerla como la acogió María de Nazaret. La acogió con tanto cariño que se convirtió en vida en ella; esa palabra hecha suya se convirtió en alguien.
 

Este es el proceso, la Palabra también se hará carne y presencia en nosotros. El mérito no es nuestro, es El quien dice que nos conoce, y por ello, no a pesar de ello,  porque nos conoce, nos ama y nos elige para que le escuchemos y seamos su voz, hoy.
 

Magdalena Bennásar Oliver
Misionera de la Palabra de Dios

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