Un ciego a punto de ver
28.03.2014 14:00
Al pasar Jesús vio que pasaba delante de alguien que no veía, que no había visto nunca, y le preguntó si quería ver. El gran contraste entre tinieblas y luz, caos y orden, vida y muerte en la Palabra de Dios, se personifica en alguien ciego de nacimiento en quien Jesús se fija. El milagro no viene de la acción de Jesús sino del riesgo que asume quien quiere que le abran los ojos y por tanto todo el ser, y le cambie la vida de arriba abajo.
Jesús hace barro, una manera antigua de sanar, con su saliva y tierra, y se lo aplica a los ojos. El ciego toma contacto con su origen, la tierra madre le devuelve la vista y desde ahí entiende su propósito en la creación. Se sabe barro, humus, está en su verdad, ahora ya ve. Jesús, a quien todavía no conoce, le sitúa en una nueva realidad: todo está por estrenar: la vida, la percepción del mundo, la relación con los demás. ¿Quién es este que me ha abierto los ojos y qué tiene que ver con Dios?
En seguida se encuentra con quien quiere frustrar esa nueva vida en nombre de Dios: profesionales que creen estar seguros de quien es puro, digno a los ojos de Dios: perfectos fariseos ciegos que creen guiar a otros ciegos.
El ciego no sabe contestar a las preguntas intelectuales con trampa, ni es consciente del discurso teológico de los fariseos por el que quieren quitar de en medio a Jesús. El sólo sabe que antes no veía y ahora ve. Quien le ha curado debe ser un profeta: alguien que actúa en nombre de Dios.
Cuando llegamos a cierta madurez personal, espiritual, no nos condiciona tanto lo que dicen desde fuera. Hay un fuero interno que sabe y ese no lo mueve nadie porque constituye el sentido de mi ser y mi actuar.
Cuidar, atender, sanar, dar nuevas perspectivas de vida es el resumen del ministerio de Jesús; lo captaron los pobres, los necesitados, los pecadores porque no tenían nada que perder, todo era ganancia. Los que creían poseerlo todo, incluso el saber de Dios, buscaban la manera de deshacerse de él, quitarle la vida.
Querer ver y dejarse untar los ojos de barro es asentir a una nueva manera de vivir, mirando profundamente y acariciando todo con la mirada. Ese modo de mirar quita la arrogancia falsa y nos sitúa en una perspectiva completamente nueva. Ya no me veo sola, solo, sino acompañada mejor incluso, entretejida en una cadena de vida, de vida nueva.
Contrario a lo que pudiera parecer como primera impresión no es una manera ñoña o romántica de mirar la realidad sino todo lo contrario: es asumir un estilo de vida comprometido, no sólo de palabra sino también de obra, sabiendo que una vez hecha la opción de ver, ya no me puedo volver atrás.
Carmen Notario